jueves, 12 de noviembre de 2015

La Habana, estampas para perder la fe

La Habana Vieja podría ser el decorado de una película de guerra. Casonas coloniales venidas abajo, edificios en su esqueleto, calles salpicadas de agujeros. Si el viajero no supiera nada de Cuba, diría que aquí ocurrió un bombardeo.
            Los arcos moriscos del Palacio de las Ursulinas, con el aire de Mezquita de Córdoba, reposan descascarados bajo la ropa tendida en las ventanas. Un día existió el edificio al costado. La Plaza del Cristo se oculta tras las vallas que ostentan un cartel: obra financiada por la Junta de Andalucía. Enfrente, una construcción apuntalada, tan grande que las vigas de madera que lo sujetan parecen palillos de dientes.
            Las vías son estrechas en La Habana Vieja, como en los antiguos barrios ibéricos. Las banquetas, mínimas. La gente se aglomera caminando. En la calle Obispo, varios menesterosos abordan a los turistas pidiendo algún peso. Y este olor a alcantarilla, a basura quemada a lo lejos. Entrecierro los ojos y me parece estar en Calcuta.
            En la calle Habana esquina Obrapía hay un solar reciente: la casa de dos pisos que lo ocupaba se derrumbó una mañana del último julio y mató a cuatro miembros de una familia.
            Esta fue un día la ciudad más rica de la Corona española.

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Josué sale al paso de las turistas que se extrañan de la cantidad de ventanas protegidas con una cruz de cinta aislante contra los huracanes. ¿Tantos sufre la capital? "Desde que llegó Fidel, no ha habido ninguno", bromea. "Le tienen miedo". Se para a conversar de buen ánimo con las dos desconocidas. Cuenta que tiene 29 años y dos hijas pequeñas y opina, muy serio, que ellas no llegarán a ver una Cuba distinta, que quizá sus nietos.
            Para él significa poco el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y la isla, eso que empezó el 17 de diciembre. Igual que la visita del papa Francisco, mediador entre ambos países, que aterriza esa misma tarde en el Aeropuerto José Martí. Si Cuba está cambiando, Josué tiene muy poca esperanza. "Nosotros ya nos encontramos todo esto así, ya no pudimos hacer nada".
            Su afán diario es "ver cómo resuelve". Arreglárselas, comprar, conseguir, ganar, tener suerte. Resolver es polisémico pero todos los cubanos saben qué significa. Josué trabaja para una institución pública extranjera que paga por él 800 euros mensuales al gobierno –el Estado sigue siendo por ley el único empleador en Cuba–, pero Josué gana de ellos 28 pesos convertibles (CUC, equivalente al dólar). Entre él y su mujer, que viven en casa de sus suegros, ganan al mes 60 CUC. Con 100 sería suficiente, dice.
            Habla en CUC, pero en realidad cobran su sueldo en pesos cubanos (CUP), que podrá utilizar en las bodegas de alimentos básicos subsidiados, en algunos burdos paladares (fondas o restaurantes) y en el transporte público. La convivencia de dos monedas oficiales, el CUC y el CUP, es una de las anomalías de la isla, pero no la única. El kilo de papa está a 20 pesos cubanos (un CUC son 24 CUP), casi un día de salario medio, y el de carne de puerco, a 60 CUP. El de res es prohibitivo: 10 CUC en el mercado mayorista, medio salario mensual –por ley está tipificado el delito de "hurto y sacrificio ilegal de ganado mayor" desde 1962: los dueños de vacas están obligados a vender la carne al Estado, sin que puedan consumirla. "Uno se levanta con impotencia", dice Josué con resignación.

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Una langosta fresca cuesta entre 20 y 25 CUC en cualquiera de las modernas paladares que han proliferado en La Habana desde la reforma económica emprendida por Raúl Castro en 2011, que entre otras cosas permite, por primera vez en medio siglo y pagando sus consecuentes impuestos, pequeños negocios particulares.
            Vistamar, en primera línea de playa, tiene un lounge con piscina. Mediterráneo cuece la pasta al punto de un restorán boloñés. El Cocinero, que ocupa el lugar de una vieja fábrica de harina, está decorado de manera exquisita.
            Es en este tipo de lugares donde pueden verse a las celebridades internacionales y autóctonas. En un privado del paladar Starbien está comiendo el músico Leo Brouwer con algunos de los artistas internacionales que participarán dentro de unos días en el Festival Les Voix Humaines. En los bajos de La Guarida, donde se rodó Fresa y chocolate a principios de los noventa, Rihanna posó para la revista Vogue hace unos meses.
            El extranjero –o quien pueda pagar por menú más del sueldo promedio de un mes– puede ir de paladar en paladar y sentir que Cuba llegó a la modernidad.

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Se ven flacos, flaquísimos por las calles, sobre todo entre los jóvenes. Hasta los gatos son flacos. Josué también lo es. Bajo y de hombros hacia delante, en su cuerpo se ven las huellas de la crisis extrema en que cayó Cuba a principios de los años noventa, con el derrumbe de la Unión Soviética. De chico, recuerda, sólo le daban de almuerzo en la escuela "pan y agua con azúcar".
            A esa época la llamaron "periodo especial en tiempos de paz". Fue fecunda en eufemismos. El periodista Reinaldo Escobar lo ilustra con un titular socorrido de la época: "Se detiene el deterioro de la economía".
            También fueron años de enfermedades. Quizá la más extravagante, una epidemia de ceguera –como en la novela de José Saramago, comunista confeso– que el gobierno de Castro mantuvo dos años en secreto, hasta que en 1993 pidió ayuda a médicos extranjeros. El doctor venezolano Rafael Muci, que formó parte de aquella misión humanitaria, describía así el diagnóstico en una carta abierta hace diez años: "En compañía de colegas cubanos y de diversas procedencias, examiné personas afectadas, ayudé a definir el paciente-tipo y a esclarecer las causas de lo que se dio en llamar neuropatía óptica cubana y que, en resumen –a despecho de que se haya invocado un factor multifactorial– fue trasfondo de miseria y hambre". La dolencia era fruto de una carencia de vitamina B agravada por el abuso del alcohol y el tabaco.

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Es de noche en La Habana Vieja y aquí no se escucha son. El reggaeton invade el barrio, estridente. Abajo se oye a la gente a voces. Un borracho habla consigo mismo. El balcón de enfrente se acerca con cada grito: "¡Beeeeetty!", "¡A dormir, coño!". Un perro ladra –ladrará toda la noche–. Ya me lo advirtió la escritora Wendy Guerra: "La banda sonora de este país sí está fuerte".
            El alojamiento está decorado como hotel-boutique, pero oficialmente es una casa particular que puede acoger huéspedes. El negocio lo lleva una pareja de cubanos que tienen un socio canadiense, el que puso el dinero para comprar el inmueble. Cualquier extranjero puede comprar una casa, siempre que la ponga a nombre de un local.
            Las habitaciones tienen señal de satélite pirata: a esta hora, la telenovela mexicana El Señor de los Cielos, Telemundo Miami. Ante la imposición del oficialismo y la prohibición de "productos imperialistas", los cubanos han reaccionado por la vía ilegal. Pasa con el llamado paquete: copias de productos audiovisuales, desde series a videojuegos, pasando por películas, libros y periódicos, que se compran en el mercado negro y se pasan a través de discos, memorias USB o discos duros externos.
            Abel Prieto, asesor de Raúl Castro para temas culturales, llamó a estas prácticas "nomadismo tecnológico", argumentando: "una de las trampas de estas nuevas formas de consumo cultural es que dan la idea de que la persona está escogiendo lo que quiere consumir, pero lo hace a partir de los paradigmas que se le imponen. La democracia y la diversidad están escondidas bajo una trampa de la agenda hegemónica del entretenimiento".

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La fila en la Cadeca, la casa de cambio oficial, es de una hora. La de Etecsa, donde venden las tarjetas de teléfono y de conexión a internet, ni se mueve. La fila es un lugar común en Cuba. Hay filas para tomar la guagua, para comprar el pan, para sentarse en un merendero. En la Heladería Coppelia se ven dos filas distintas, hacia la izquierda y hacia la derecha sobre la calle 23. "En cada una te sirven un sabor", explica mi guía. ¿Y si uno quiere de los dos sabores? "Tiene que hacer las dos filas".
            El tiempo se detiene en una fila. "Todo sigue igual. Aquí todo sigue igual. Así de pronto parece una escenografía, una ciudad de cartón", dice el protagonista de Memorias del subdesarrollo, la película de 1968 de Tomás Gutiérrez Alea. En forma de comedia lo vio Alejandro Brugués: Juan de los muertos, una película de zombis. "Yo no veo nada distinto", dice uno de los personajes mirando la calle repleta de muertos vivientes.
            La tasa de suicidios en Cuba es la más alta de América, según la Organización Mundial de la Salud: 16.3 por cada 100.000 habitantes, más del doble de la media del continente.

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El sábado, con el papa, desembarcan los periodistas acreditados. Llegan al Hotel Nacional, que tiene precios de temporada alta con motivo de la visita de Francisco. En la sala donde los reporteros se registran, hay un señor trajeado tomando fotos, al fondo, que después desaparecerá detrás de una cortina. Los periodistas confirman su nombre en la lista y recogen su gafete después de pagar 800 dólares. Sólo por los dos días en La Habana: en Santiago de Cuba tendrán que volver a desembolsar. Por un pasillo del hotel, de la nada, surge un tipo serio, ataviado con una playera de cuello a rayas, que observa el panorama y sale al minuto de la escena.
            Segurosos, llaman los cubanos a esos vigilantes que, sin ser policías o militares, trabajan para la Seguridad del Estado (el G2) o el Minint (Ministerio del Interior). Así empieza la paranoia. "Si no te vigilan, ellos hacen lo posible para que tú creas que sí", explica un experto en la isla.
            La noche es propicia para sueños extraños –vienen a buscarnos– que se repetirán en los días sucesivos. De nuevo, los perros ladran. No puede ser que se oigan en un piso 15, pero así es. Desde la ventana se ve iluminado el Memorial José Martí, ese monolito que los cubanos llaman raspa. Las canciones comienzan a oírse sobre las cuatro de la mañana. Nadie ha descansado en la plaza hoy. Tampoco la Seguridad del Estado. A esas horas, se producen las primeras detenciones de disidentes que se dirigían al evento, entre ellos algunas Damas de Blanco, el movimiento de madres y esposas de presos que surgió en la primavera de 2003 después de la detención de 75 personas acusadas de "atentar contra el Estado" y "socavar los principios de la revolución".
            La misa comienza a las nueve, pero cierran los accesos a las ocho. Hay mucha gente, pero se puede caminar con facilidad. Sólo hay que tener cuidado de no pisar a los que duermen en el suelo, derrotados por la vigilia. El altar está del lado oeste de la plaza. Lo corona una pancarta con la madre Teresa de Calcuta. Mirándola de frente, a su derecha está la efigie de Ernesto Guevara, forjada en hierro sobre la fachada del Ministerio del Interior. A la izquierda queda José Martí, bajo el que, a modo de balcón, se van juntando poco a poco individuos vestidos con pantalón negro y guayabera blanca.
            El papamóvil llega a las ocho y media. Lo reciben con un chachachá de letra piadosa que suena a "Los marcianos llegaron ya y llegaron bailando ricachá". Es el momento en que José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba, y otros activistas intentan darle una carta a Bergoglio y una turbamulta se le echa encima para detenerlos. Nadie ve nada: habrá que enterarse horas después. Zaqueo Báez, María Josefa Acón e Ismael Boris siguen presos en el momento en que se escriben estas líneas.
            Los asistentes locales fuman, comen y beben durante la misa, aunque el Catecismo indica que hay que guardar ayuno por una hora antes de comulgar. No parecen estar al tanto de los responsorios: "te rogamos, óyenos", "y con tu Espíritu", "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". Aquí y allá se ven individuos con playera de cuello a rayas, algunos con gorra, en silencio durante todo el acto.
            A mitad de la celebración, una bandada de zopilotes, que habían estado posados en la raspa, comienza a sobrevolar el grupo de individuos con pantalón oscuro y guayabera congregados bajo el monumento. "¡Solavaya!", grita una mujer con la palabra santera que auyenta los malos espíritus. En Cuba llaman al zopilote "aura tiñosa". "Si le dices a alguien aura tiñosa, se ofende", dice uno de los individuos con playera de cuello a rayas. Son aves carroñeras, de mal agüero, algo universal.
            La hermana Esperanza, misionera desde hace ocho años en una provincia del Oriente, dice que entre los cubanos hay "mucha confusión" con la religión católica, producto de más de 50 años de prohibición; "se llaman católicos pero no saben lo que son". Dice también que en Cuba hay "heridas muy profundas", que "no hay nadie sano". Se refiere a la salud mental.

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Conversación entre turistas:
– ¡No corre la brisa y estamos junto al mar!
– Ni siquiera huele a mar.
– Por suerte los aviones no sobrevuelan la ciudad.
– La gente se volvería loca.

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En la tarde del domingo, hay que sortear calles cortadas, policías, militares y segurosos para llegar al Parque José de la Luz y Caballero, junto a la Avenida del Puerto, desde donde, de lejos, podrá saludarse de nuevo al papa.
            Tres muchachos adolescentes pasan junto a un individuo con playera de cuello blanca apoyado en un coche del Minint y uno de ellos sin reparos: "Ññño, esto está lleno de chivatos".
            Después, bajo la lluvia, tras una misa en la Catedral sólo para obispos, sacerdotes y religiosas, Francisco se encuentra con jóvenes católicos del Centro Cultural Padre Félix Varela. "Cuando hay división, hay muerte. Hay muerte en el alma, porque estamos matando la capacidad de unir. Estamos matando la amistad social. Y eso es lo que yo les pido a ustedes hoy: sean capaces de crear la amistad social", les dice el papa. "¡Si nos dejan!", responden los jóvenes.
            El jefe del Estado Vaticano no mencionó a los opositores ni a los activistas detenidos, como el grafitero Danilo Maldonado "El Sexto" –en el avión rumbo a Estados Unidos reconocería que nunca tuvo pensado hacerlo–, pero sí se reunió con el ex presidente Fidel Castro, líder de la revolución. El papa le regaló a Fidel un libro y discos con las reflexiones del jesuita Armando Llorente, viejo profesor de Fidel exiliado en Miami desde los años sesenta. Fidel le regaló al papa su libro Fidel y la religión, donde se encuentran frases como "Hay 10,000 veces más coincidencias entre el cristianismo y el comunismo que entre el cristianismo y el capitalismo".

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Desde el exilio son duros con esta visita papal. El pintor Juan Abreu escribió con verbo firme: "El papa Francisco, después de oler en profundidad el culo a los Castro y de negarse a ver a los disidentes cubanos, se ha ido a USA a criticar el capitalismo (...) Hay que tener la cara muy dura para criticarlo cuando acabas de estar lamiendo el culo a unos dictadores que llevan más de medio siglo esclavizando y matando de hambre a millones de personas. Quiero decir a millones de ovejas del rebaño del Señor Jesucristo".
            Juan, escritor además de humor ácido y contagioso, está dado a la tarea de retratar a todos los fusilados del castrismo –estima que unos 6.000–. La máxima pena, me explicaba para una entrevista hace unos meses, no estaba contemplada en la Constitución del 40 que la Revolución pretendía restaurar en su origen: "Los castristas la impusieron. Los juicios carecían por completo de cualquier tipo de garantía. Eran juicios a lo soviético: ya tú sabías que eras culpable a la vez que te apresaban; sabías que te iban a matar, o que iban a meterte treinta años en la cárcel".

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"No, mamita, por aquí no van a poder pasar". El negro de playera blanca y gorra nos impide llegar a la iglesia de Santa Rita de Casia, en la Quinta Avenida de Miramar, donde cada domingo marchan en silencio las Damas de Blanco, tras la misa, y cada domingo son detenidas por la Seguridad del Estado.
            El tipo dice trabajar en "seguridad" para un "empresario italiano", saluda a los vecinos y hace señas a los coches que pasan como si fuera algún tipo de dueño. Se hace el simpático hasta que se pone firme, y no deja de mirarnos hasta que asegura que estamos en un almendrón de vuelta al Vedado.

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Francisco decepcionó entre los disidentes, pero Jorge (nombre ficticio) destaca algo: "El papa habló mucho en Cuba sobre fortalecer la persona, el individuo, el espíritu. Mañana tú le dices a los cubanos que son una nación democrática y yo creo que no tienen ese espíritu para actuar como se debe actuar en una sociedad democrática. La Iglesia viene tratando de educar espiritualmente a la persona, para que se dé cuenta de que hay una alternativa, que el Estado no es todo, que el individuo es una cosa muy importante".
            Jorge vive en Miami y nació en un pueblo de Cuba en 1990, justo cuando empezaba el periodo especial. Aclara que de niño, allá, su familia no era practicante, sin mencionar que la religión estuvo prohibida hasta la reforma constitucional de 1992. Su madre acota que con ella no se metieron nunca por ese asunto, pero que en los ochenta tuvieron que bautizar a una sobrina a escondidas, porque el padre de la niña "era militante".
            Buscando el bienestar económico, cuando Jorge tenía siete años, sus padres se inscribieron en el Bombo, la lotería de visados que ofrece Estados Unidos cada año, y la ganaron. "En menos de cuatro meses cambió mi vida por completo", recuerda. "En Cuba estaba adaptado a jugar en la calle, a ordeñar vacas, a tener, dentro de una sociedad restringida, mucha libertad como niño. La ironía es que cuando llegué a este país me tuve que encerrar detrás de una casa. Aquí me sentía más preso".
            La relación de él y su familia con Cuba no se parece en nada a la del exilio más conocido de Miami. "A nosotros no nos botaron, fue una decisión que tomamos. Siempre viajamos a Cuba y mantuvimos un vínculo muy directo con nuestra familia".
            Por tener tan presente su tierra natal, al entrar en la universidad empezó a involucrarse en distintas organizaciones que tenían proyectos sociales en Cuba, un trabajo que ahora ocupa todo su tiempo.
            No se atreve a hacer predicciones pero está seguro de que "hemos empezado un nuevo capítulo". Para él, el gran reto de la isla a partir de ahora está, más que en la política o en la economía, "el cambio en las personas", y que haya cubanos que quieran quedarse para contribuir a los cambios. "Eso todavía no está ocurriendo", opina. "Esas personas son la minoría dentro de la isla, y hay que ayudarlas a que no se sientan solas, hacerles sentir que su esfuerzo vale la pena, para que ellos mismos sean los que cambien su sociedad. Porque viven dentro de ella y la conocen mejor que cualquiera".

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Una extranjera residente en La Habana nos lleva al supermercado donde compra a diario, en el que, se queja, a veces no hay leche ni huevos. Hoy hay suerte: acaba de llegar el container, que aún se ve abierto y vacío en la puerta del comercio. El supermercado está lleno, sí, de una manera especial: los anaqueles están repletos, pero sólo de una marca por producto.
            Arroz valenciano –redondo, precocido, basmati, incluso bomba, el ideal para hacer paellas, que no se vende en México–, por 7,65 CUC. Mantequilla francesa, 7 CUC. Queso español, 43 CUC el kilo.
            Muy pocos pueden pagar los precios establecidos en los mercados decentes. Una metáfora: frente al centro comercial 23 y 12, en el Vedado, con precios en CUC, delante de un edificio hoy apuntalado, Fidel proclamó en 1961 el carácter socialista de la revolución.

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En el Parque Fe del Valle, en Centro Habana, la gente atesta los bancos y cualquier sitio libre en el piso: es uno de los 35 puntos wifi que ha habilitado en toda la isla el monopolio estatal de telecomunicaciones, Etecsa.
            La conexión es lenta y cara, 2 CUC la hora a través de las tarjetas de Etecsa, y puede serlo aún más: por 3 CUC más pueden comprar en el mercado ilegal y saltarse las filas de las tiendas oficiales.
            Intento conectarme con una de esas tarjetas desde la cafetería del hotel Habana Libre, junto a La Rampa, otro de los puntos inalámbricos. No funciona. "La wifi del hotel interfiere con la de la calle", ensaya el mesero a modo de explicación. "Pero puede conectarse con la del hotel". La wifi del hotel cuesta 10 CUC la hora.
            Paisaje insólito: mientras los locales –todos estatales– se encuentran vacíos, la calle está abarrotada. Cubanos de pie o sentados en la banqueta, concentrados en un celular, una tableta o una computadora, apurando la hora como si fuera una vida. "¿Esto es conexión a internet, estar tirados en el piso como borrachos?", se pregunta un joven.

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Yoani Sánchez dirige desde un edificio alto de La Habana 14ymedio, el primer diario independiente hecho desde Cuba. Se trata, quizá, de la redacción más rara del planeta: el gobierno tiene bloqueado el acceso en línea al periódico y los redactores no disponen de acceso cotidiano a internet.
            Los cubanos, sin embargo, tienen manera de leerlo a través de una selección semanal de noticias en PDF que circula de manera clandestina impresa o dentro del paquete. "Sabemos que nos leen porque nos envían comentarios desde distintas provincias", dice uno de los editores del periódico que forman parte del "equipo externo". Este equipo, dividido entre España y América, es el que se encarga de subir a la web el material que llega desde Cuba. Noticias, opiniones, cartelera, precios de mercados, que la redacción cubana envía por correo electrónico cuando y como puede. Si se cae la precaria plataforma Nauta, desde la calle.
            Desde que abrió su blog Generación Y, en 2007, Yoani ha sido reconocida con distintos galardones fuera de Cuba, pero dentro ha sido censurada, vigilada, increpada, detenida e incluso golpeada.

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Aprovechando sus ganas de hablar, un día le pregunto a Josué por Yoani Sánchez y Tania Bruguera, la artista conceptual que pasó seis meses bajo arresto domiciliario. "Son gente que se metió en política para hacer dinero, ¿tú me entiendes?".
            Recuerdo lo que me dijo en México el historiador Rafael Rojas: "La campaña de difamación del Gobierno contra la oposición interna ha dado resultados".

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Al escritor Ernesto Hernández Busto, fundador del blog Penúltimos Días en 2006 –cuando Fidel Castro se retiró del poder por sus problemas de salud–le desagrada la palabra deshielo: "No me gustan las metáforas políticas porque creo que impiden muchas veces llegar al meollo del problema: ni guerra fría ni deshielo, pues. Simplemente una apuesta de Obama por normalizar la anomalía del régimen cubano, confiando en que la liberalización (económica) y el mayor intercambio (turístico) aflojará lo que parece no tener remedio".
            Yoani es más optimista: para ella, el 17 de diciembre de 2014 "marca una aceleración hacia el final del castrismo", aunque no de la manera que muchos creen: "No será la Casa Blanca la que logre recuperar para nosotros los cubanos los derechos que nos han quitado, pero al menos la propaganda oficial no podrá señalarla como el motivo principal para mantener una dictadura". La pelota está en el campo de Raúl Castro, dice: "Ahora debe modificar la ley electoral, permitir la existencia de otros partidos y aceptar que candidatos opositores se presenten a las votaciones. También le corresponde legalizar una prensa libre y desmontar las restricciones migratorias que aún quedan, además de permitir la inversión del capital privado cubano, desde dentro y fuera de la Isla".
            Pero, no será tan fácil. Rafael Rojas prevé que en 2018, cuando dijo Raúl que abandonaría el poder, sólo se dará "un relevo generacional en la alta jefatura del Estado, sin una democratización del sistema político". El régimen, augura, "seguirá siendo el mismo desde el punto de vista institucional: partido único, control de los medios de comunicación, control de la sociedad civil, penalización de la oposición –por este estatus de ilegitimidad que tiene la oposición que justifica, por las leyes y el código penal– todas las golpizas, los repudios, los atropellos, los encarcelamientos temporales... Todo eso que vemos los fines de semana". La esperanza está en "los otros actores": "una sociedad civil que puede ganar autonomía y una comunidad internacional que no se desentiende de la violación de los derechos humanos".

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La terminal de salidas internacionales del aeropuerto está llena de publicidad de la Comercializadora de Servicios Médicos Cubanos S.A., una empresa estatal que se define por su nombre. "Vacaciones saludables", anuncia un folleto, ilustrado con cinco imágenes: una familia de cuatro miembros, todos rubios, en una playa del Caribe; una mujer dándose un masaje a la luz de unas velas; un joven haciendo kitesurf; un doctor tomando la presión arterial a una paciente y un niño de unos dos años dejándose examinar por tres médicos. Ninguna estampa es creíble. Por detrás del impreso están los precios: chequeo ejecutivo, 270 CUC –más de 13 veces el salario medio–; chequeo básico pediátrico, 495 CUC; "investigaciones psicológicas", 580 CUC.
            Cuba dice adiós al extranjero pidiéndole que vuelva a sus hospitales, a pesar de haber reconocido a través de la empresa estatal BioCubafarma que hay un déficit de medicinas –que atribuye a la falta de materias primas en las factorías–. Sanidad comunista a precio de oro. Porque no se puede tener todo, como muestra un dicho popular entre el exilio: "Si eres inteligente y comunista, no puedes ser honesto; si eres comunista y honesto, no puedes ser inteligente; si eres honesto e inteligente..."


(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 86, noviembre de 2015.)