martes, 24 de diciembre de 2013

de los niños y la navidad



Los niños nos hacen recuperar el gusto por la navidad, aunque cada año seamos menos. Nunca, nunca les induciré a pensar que son unas fiestas tristes. Celebraremos y nos pondremos guapos y nos regalaremos el mundo.

Felices fiestas.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Arcadi Espada, entre líneas

La primera impresión física que se tiene de Arcadi Espada es de una altanería casi insoportable. Pelo azabache de sienes despintadas y sin un resquicio a sus 56, suele vestir a la última con los colores de quien se quiere a sí mismo –azul eléctrico, en México–, y enfocar al interlocutor, insolente, achicando los ojos con la barbilla levantada. Trampas de la genética: 30 dioptrías en el ojo derecho y 14 en el izquierdo. “Una condición básica en mi desesperada búsqueda de la nitidez”, dice, pasándose de torero. De la confusión de su miopía con un engreimiento sin paliativos puede que arranquen todas las demás equivocaciones en torno a su persona.

Éstas no dejan de ser raras, porque con toda claridad o entre líneas, todo lo que quiere decir lo escribe, con una prosa que el gran Sánchez Ferlosio calificó una vez concisamente de “gozada”. Tampoco sería el primer caso de la historia: del periodista austriaco Karl Krauss, Jonathan Franzen refiere que “fue conocido en su día por sus muchos enemigos como el Gran Odiador. Según la mayoría de los testimonios, fue un hombre tierno y generoso en su vida privada, con muchos amigos leales. Pero una vez empezaba a dar cuerda a su polémica retórica, la llevaba a registros extremadamente duros”. Un cabal alter ego. Fascista para el nacionalismo, nazi para los católicos enfurecidos por sus opiniones a favor del aborto, mentecato para algún novelista, a Arcadi Espada le han prodigado centenares de insultos, a veces todos de una vez, entre ellos resentido, basura, cagabandurrias y hasta demonio. Pasiones desbordadas hacia alguien que ha confesado no guardar rencor a nadie y que explica, muy serio, por qué su actitud es paradójicamente humilde: “La auténtica humildad escribiendo es la del compromiso y la de la contundencia, porque es la que te deja más vulnerable: si te muestras tajante sobre una serie de cosas es porque realmente crees en ellas, porque estás convencido de lo que has descubierto.” Su compromiso, se infiere, es con la verdad de los hechos. De él derivan, en realidad, todas sus posturas en la vida.

Entre las éticas destaca su vehemente antinacionalismo, al que en estos días de pulsiones independentistas da verdadera rienda suelta través de su blog en el diario El Mundo. No se ha quedado nunca en palabras: en 2005, impulsó la creación de un nuevo partido político, Ciutadans-Ciudadanos, que hoy llega a nueve escaños en el Parlamento autonómico. Que dedique la mayor parte de su tiempo productivo a achicar las aguas provincianas del nacionalismo catalán se debe a un azar desgraciado: haber nacido en Barcelona. “Qué daría a veces por ser un pensador parisién, e incluso un pensador”, se ha lamentado. Pero, él mismo se responde en otro lugar: “El escritor tiene la obligación de tratar los temas de su época”.

Por eso, no desdeña los asuntos universales, y buen ejemplo son los que ha tratado en México durante sus últimos viajes. Hace dos años, para impartir un seminario en la Universidad Iberoamericana sobre violencia y medios de comunicación. Entonces, Espada se entrevistó con algunos funcionarios de la Secretaría de Gobernación y al día siguiente, escribía: “Creo que Méjico es el único país del mundo donde se han matado a 40 mil personas sin guión previo (…) Los funcionarios reconocen, al fin, que no saben ni quién mata ni quién muere (…) Pienso en dónde estaría la lucha contra ETA sin el mínimo pegamento emocional que trajo el conocimiento de las víctimas. No hay otra lucha más urgente para lo mejor de Méjico que esa exigencia por los nombres.” Hacía apenas un par de semanas que el hijo de Javier Sicilia había aparecido asesinado por el narco: saber los nombres se convertiría también en una de las reivindicaciones del movimiento ciudadano que se iniciaba en esos días.

El pasado septiembre, Espada volvió a México, para pronunciar la conferencia de clausura del III Simposio sobre el Libro Electrónico, organizado por Conaculta. Aprovechando la ocasión, presentó su último libro, En nombre de Franco, en el que por tema universal, se introduce en el más importante del siglo XX: el Holocausto. “La idea inicial –contaba en la presentación– era la de hacer un libro coral sobre los diplomáticos españoles que salvaron judíos en la Europa incendiada, pero me di cuenta de que tenía que decantar el libro hacia la historia de Ángel Sanz Briz en Hungría porque esa historia estaba llena de mentiras.” Así, por un lado, refuta que el embajador Sanz Briz actuara por cuenta propia en ese invierno del 44 –en realidad seguía las órdenes del gobierno de Franco, que ya preveía que Alemania perdería la guerra–, y por el otro desenmascara, prueba a prueba, con ayuda del investigador Sergio Campos, al italiano Giorgio Perlasca, quien se apropió, muchos años después, del mérito de salvar esas vidas.

Pero el libro es mucho más y está lleno de capas sucesivas, todas profundas. Para contarlo, usa todos los recursos literarios a su alcance. Literarios, sí: otra equivocación que suscita, quizá con raíz en su vieja disputa con el escritor Javier Cercas, es que está en contra de la literatura: “Yo lo que estoy es en contra de la literaturización, que es distinto”. Y aclara, tajante: “Pero para mí la literatura es sólo una cosa: un problema de resolver cómo voy a contar esto. Yo me aburro mucho escribiendo, así que tengo que buscar truquillos. Pero esto no tiene que afectar a lo fundamental: yo escribo sobre hechos, y ninguna de las retóricas que yo utilice pueden confundir al lector nunca; si lo hacen, es porque yo me equivoco”.


De primera mano
Cuatro títulos imprescindibles para conocer el pensamiento, los afanes y el estilo de Arcadi Espada.

Contra Catalunya. Una crónica (Flor del Viento Ediciones, 1997)
Su primer libro en solitario, Premio Ciudad de Barcelona, es un retrato en primera persona de la Cataluña que reinventaron los gobiernos nacionalistas desde la transición española. Fundamental para entrar a la prosa de látigo de Espada y entender sus posturas políticas disidentes.

Raval. Del amor a los niños (Anagrama, 2000)
Reportaje de largo aliento que desmonta una mentira, policial, judicial y periodística: la desarticulación de una supuesta red de pederastas en el barrio barcelonés del Raval en el verano de 1997. Una mentira, documenta Espada, que llevó a la cárcel a inocentes y separó injustamente a hijos de sus padres durante más de un año.

Diarios (Espasa, 2002)
Crítica de los vicios más comunes de la profesión periodística, evidentes o no. Destripador mayéutico de trampas y retóricas, resulta un utilísimo manual, junto con Diarios 2004 (2005) y Periodismo Práctico (2008), que lo complementan.

El terrorismo y sus etiquetas (Espasa, 2007)
Breve libro que analiza las relaciones contaminantes entre el lenguaje del terrorismo y el periodismo. Espada lo usó como guía adicional para el seminario “La violencia en los medios”, que impartió en la Universidad Iberoamericana de México en 2011.


(Publicado originalmente en Esquire México, núm. 63, diciembre de 2013.)

'El principito': un clásico que nació por encargo

El principito fue el libro más raro de todos los que publicó en vida Antoine de Saint-Exupéry (Lyon, 1900 - Mediterráneo francés, 1944). Para empezar, a diferencia de sus textos anteriores, en su tiempo no fue best-seller ni la crítica lo acogió con entusiasmo. Enorme paradoja: convertido en uno de los títulos más vendidos y traducidos de la historia de la literatura, empañaría, a la postre, la memoria del resto de su obra.
            El aviador que había transportado el correo desde Francia al África del Norte sobrevolando el Sáhara insurgente; el pionero que había ayudado a abrir la línea entre Argentina y Chile a través de los Andes, en una época en que los aparatos sólo ascendían hasta los 3,000 metros; el piloto de guerra que, desde el aire, vio cómo los alemanes entraban en Francia en 1940 como el torrente de un río desbordado; el hombre de acción, pues, que había contado sus peripecias en El aviador, Correo Sur, Vuelo de noche, Tierra de los hombres y Piloto de guerra, de pronto escribía un cuento para niños, melancólico y tierno, lleno de simbolismo.
            Ese simbolismo, que lo convierte en una obra universal, no impide que El principito, al igual que toda la producción de Saint-Exupéry, también sea retrato fiel de su autor, quien tantas veces había dicho no poder escribir sobre nada que no hubiera visto. Así, cada metáfora de El principito encierra alguna idea ya presente en sus anteriores libros o algún dato rastreable de su vida, empezando por el propio pequeño príncipe. De familia aristócrata –su apellido, con título de conde, se remonta al siglo XIII–, a Saint-Exupéry lo llamaban "el Rey Sol" de pequeño, por el color de su cabello, y en alguna carta confesó que pensaba en sí mismo como un niño de rizos rubios mientras el espejo le devolvía la imagen de un oso gigante y calvo.
            Al ver a Saint-Exupéry dibujando a este petit bon-homme, como él lo llamaba, en una servilleta, su editor americano, Curtice Hitchcock, le preguntó qué le parecería escribir la historia de ese hombrecito para un cuento infantil que se publicaría en la Navidad de 1942. Sí, otra circunstancia fundamental que hoy se olvida: El principito fue un libro de encargo.
            Saint-Exupéry lo terminó durante el exilio forzoso que pasó en Nueva York, angustiado por la situación de la Francia ocupada –algo que reflejaría en Carta a un rehén–, con problemas de salud derivados de sus accidentes –uno de ellos, en el desierto de Libia, en 1935, igual que el del piloto que encuentra al Principito–, profundamente apesadumbrado. Son de los pocos meses donde convive intensamente con su mujer, la asombrosa y voluble Consuelo, con la que se había casado en 1931 y en la que no es difícil distinguir a la rosa del asteroide B 612.
            Saint-Exupéry nunca vio el éxito que obtuvo su pequeño príncipe. En 1943, consiguió milagrosamente que lo dejaran participar en la Segunda Guerra Mundial haciendo lo que más le gustaba -volar- y fue asignado bajo el mando aliado a la división II/33, en Argelia. El 31 de julio de 1944, despegó a bordo de su Lightning P-38, en el que su cuerpo maltrecho apenas cabía, y desapareció. Hoy se conocen las circunstancias de su muerte: su avión fue derribado por el piloto alemán Horst Rippert y cayó frente a las costas de Marsella, de donde se recuperaron los restos metálicos en 2004, pero durante medio siglo largo, fue un misterio que adornaba perfectamente el final del Principito, desvanecido sobre la arena.


(Publicado originalmente en Esquire México, especial The Big Watch Book, núm. 2, 2013.)