martes, 12 de marzo de 2013

sobre lo nuevo de Espada



Hoy sale a la venta lo último de Espada. Yo lo terminé anoche, así que escribo en caliente, imprudencia que sabrán perdonarme puesto que aquí escribo por gusto. La sorpresa que tengo aún metida en el cuerpo es difícil de explicar y hasta de tener, tantos años de leerlo. En cualquier caso, siento este atropellamiento de ideas.

En resumen: es soberbio. A Espada le gusta este adjetivo, supongo, porque es a la vez exacto y poliédrico, como el libro mismo.

El poliedro no es nunca fácil. Desde el mismo título: ¿en nombre de Franco salvando a judíos mientras en la posguerra española etcétera? ¿Franquistas buenos? ¿Héroes diplomáticos? No es sólo que a nuestro autor le gusten los oxímoros; es que –se siente, amigos– así es la vida. Y citaré a un clásico, a ver si me van siguiendo: "la mayor parte de los fenómenos históricos y naturales no son simples, o no son simples con la simplicidad que quisiéramos". Primo Levi speaking. Lo que quisiéramos es la ficción.

La ficción (literatura o cine) es el camino corto para meterse en la Shoah. (¿La escritura o la vida, Jorge? Las dos, viene a decir Espada en la conmovedora última línea de los agradecimientos.) Y meterse en la Shoah es tan ¿difícil? que algunos titanes –como Octavio Paz– ni siquiera lo hicieron. Espada se lo reprocha a Josep Pla, otro ejemplo, lo cual le llevó a Aly Herscovitz, lo cual le llevó a En nombre de Franco. Espada se mete sin más poesía –ni menos– que la de los datos (para contar el Holocausto –gracias, Lanzmann– nada más elocuente que el prado fértil de Treblinka en presente).

Pero a ver, entremos: ¿quiénes son esos héroes del subtítulo? Tres, principalmente (dentro están todos): Ángel Sanz Briz, Zoltán Farkas y Elisabeth Tourné. La primera parte se ocupa de sus acciones en el otoño invernal húngaro del 44. Los expertos en el tema, el monumental e imprescindible Raul Hilberg incluido y que en paz descanse, dirían que falta un cuarto, incluso que falta el principal, un italiano, que sí ha pasado a la historia con todos los honores: Giorgio Perlasca. Y así se llega a la segunda parte: el desenmascaramiento de l'impostore, nunca mejor dicho (así llamó él mismo sus memorias más célebres). Un desenmascaramiento que es por momentos juicio, de ahí la (soberbia, ¿no dije?) segunda persona gramatical, y por momentos novela policiaca, en la que Espada tiene de ayuda a un Watson "inverosímil" (así lo llama él y estoy de acuerdo): Sergio Campos. Un desenmascaramiento que no es sólo fáctico, sino sintáctico. (Fisking a Perlasca, sí, arganzuelos.)

Porque esa es otra: el libro nos sorprende pero lo reconocemos: todo Espada está aquí disuelto: el periodista, el viajero, el hombre con todas sus obsesiones: la búsqueda de la verdad y la persecución del mentiroso, la identidad nacional y la mutabilidad del yo, las ilusiones de la ficción y las de la memoria, Steven Pinker y hasta el porqué. (Sí, el porqué, por qué, why: tengo aquí decenas de apuntes en un apartado que llamo "Espada vs. Espada", pero no les voy a dar todo hecho a los reseñistas que cobran.)

Dije hombre y lo recalco: Espada es un hombre que se fija en otro hombre, Sanz Briz, cuyo heroísmo es "un acto funcionarial, acordado, prudente, de lírica escasa". Hum, un hombre que se le parece bastante. Y hasta aquí mi literatura.

Termino. ¿Es un libro redondo? De ninguna manera. "La vida no encaja. Siempre queda una manga de camisa vacía, colgando", dice Espada dejando –generosamente, como siempre– el asunto abierto. Pero el libro sí supera todo lo que Espada ha escrito hasta ahora. Todo lo contiene y lo condensa. Es de una madurez apabullante, como dije en el bar y lo sostengo, exhalando al fin este suspiro. No me extraña que le parezca estar volviéndose invisible para sí mismo. Se llama depresión posparto.

2 comentarios:

Javier Marrodán dijo...

No sé si alguna vez había sentido tantas ganas de leer un libro. Gracias.
Javier

sesenta y cuatro dijo...

Es difícil leer a Espada y olvidar que le gusta un espectáculo como el toreo.