viernes, 31 de julio de 2009

mis muertos

Entonces no los vi. Era el verano de 2003 y a mí me había dado por perderme. Tanto y tan lejos, que no pude ni despedirme de ellos. Un 30 de julio como ayer murió mi abuelo Francisco Santos Álvarez, Paco el Calvo para los vecinos de Las Colonias. Este mes cambiaban sus restos al nicho de mi abuela, Francisca Olea Gallardo, haciendo justicia al hecho de que ella lo siguiera tan sólo cuarenta y cuatro días después, cuando nada instaba a sospecharlo.

Por supuesto mi madre intentó disuadirme de ir al cementerio, en mi estado, un muerto, una cosa tan desagradable que a lo mejor no se me olvidaba en la vida. Como pasa siempre con los padres, los temores que me presuponía no eran sino los suyos propios.

Cuando abrieron la caja, el viento me trajo a la cara su polvo. No me asomé, bien es cierto. No lo creí oportuno: a él no le hubiera gustado. En su lugar, sentada en un escalón, lo vi en escorzo desde atrás, como un Cristo de Mantegna al revés, y lo que vi fue la misma calva de siempre, la cabeza perfecta a la que me sostenía de chica cuando me cargaba a hombros.

Y me sentí tan extrañamente en paz...

Me di cuenta de que uno tiene que ver a sus muertos, despedirse en condiciones, hacerles ese honor. Decirles: lo que tú me enseñaste aquí lo llevo, gracias, yo a mi vez lo enseñaré, y un poco vivirás en mis hijos, y en los hijos de mis hijos, y en los hijos de los hijos de mis hijos. Hasta que el cambio climático, un misil de Corea del Norte o el simple devenir del planeta nos mande a todos a tomar por saco, amén.

sábado, 25 de julio de 2009

parte meteorológico del día de Santiago

¿Olas? ¿35 grados a la sombra? ¿Gazpachito refrescante? ¿Una caña al atardecer? ¿Dormir sin sábanas? Eso era antes. Eso era allí.

Lluvia y nubosidad firme. 18 grados con sensación térmica de 10 (por el jet-lag climático). 82% de humedad. La calle vacía.

He vuelto.

Snif.

jueves, 16 de julio de 2009

tetas (oda)

A mi RCG

En México no hay tetas. Al aire, quiero decir. Por eso a los mexicanos les encantan las playas españolas, donde conviven de la manera más natural familias con nevera, abuelas de gorrito, bebés desnudos y pechos morenos encarándose al sol.

Yo de joven era demasiado pudorosa para ponerme de tal guisa, pero ya no tengo vergüenza. Me arrepiento de no haberla perdido antes, la verdad, cuando mis pezones eran gloriosa y legendariamente conocidos como prensiles. Ahora los veo agachando preocupantemente la cabeza, mientras se va inflando mes a mes la carne alrededor. Sigue funcionando el baño salado, eso sí, para rizar las aureolas y ponerlas contentas. Y bueno, siempre quedará algún chaval brutote con perrito que ignorando la barriga creciente un poco más abajo, diga sobre mis turgentes triángulos turquesa: "ezo, hiha, azule güenah, eh lo que ze lleva".

lunes, 13 de julio de 2009

trenes, in memoriam

En México no hay trenes de pasajeros, a excepción del nuevo cercanías que une el D.F. con el Estado de México, el turístico que recorre la Barranca del Cobre en Chihuahua y el folclórico que lleva desde Guadalajara a una hacienda tequilera en Amatitán, Jalisco. O sea, no existe. Porque no existe como transporte público, como esa red de arterias vitales que se usa hasta en la India, que vertebra un país limpia y civilizadamente.

Confieso que no tengo muy claro por qué se dejó morir al tren en México, en una lentísima agonía desde 1910 hasta nuestros días. Sé que Porfirio Díaz, gran entusiasta del progreso, impulsó la construcción masiva de vías, la cual había iniciado en la época imperial de Maximiliano (justo el año en que empezó la construcción de la primera línea española, de La Habana a Güines), que los ejércitos revolucionarios se transportaban a mansalva y con gran provecho en vagones y que después de la revolución -ay, Edmund Burke-, todo fue decadencia.

Pienso en estas cositas después de haber ido y venido en un mismo día de Madrid a Barcelona en AVE. Poco más de dos horas y media de centro a centro. Nada de taxis ni facturaciones. El paisaje herido de grietas de Aragón a trescientos kilómetros por hora. El sueño que arrebata al cuerpo sin cinturón de seguridad. No hay azafatas que molesten ni carreteras que vigilar. Las vías. La felicidad.