viernes, 4 de diciembre de 2009

Tres empresarios jóvenes: Sarah Aguilar, Guillermo González y Erik Lozano

“Estamos demasiado acostumbrados a los vicios de las oficinas tradicionales”

Los arquitectos Guillermo González y Emilio Ades, los ingenieros industriales Erik Lozano y José Julián Carrera, más la licenciada en Comunicación Sarah Aguilar acaban de poner en marcha Cómo, una innovadora empresa que ofrece oficinas a la medida para emprendedores noveles, reciclando desde el mismo espacio diáfano –una antigua bodega– hasta las divisiones entre cubículos, que comienza enseñándome Guillermo en fotos.

Guillermo González. ¿Ves? Las separaciones están hechas a partir de palés, donde transportaban mercancías, y la idea es reutilizar objetos; justamente como lo es la bodega. Buscamos darle ese enfoque a todo para no caer en el modelo tradicional de oficinas, que normalmente estarían separadas por tablarroca. Nosotros, integrado en cada palé, diseñamos un mobiliario plegable, algo que por ejemplo el pánel de tablarroca no lo permite. A los que entran se les da la opción de tener una mesa pequeña, una repisa o una mesa larga, y esto hace más flexible todavía el espacio. Y les facilita las cosas darles el espacio amueblado, que cuando estás empezando es muy difícil. Todo el proyecto está enfocado a gente que está empezando.

Por lo que veo, se puede ensanchar o achicar los cubículos al gusto y los espacios están abiertos, ¿no?
G.G. Todo este modelo de oficinas es para que la gente se conozca, haga vínculos, se potencien los equipos de trabajo para hacer las cosas más grandes y mejor. En cuanto al proyecto arquitectónico, buscamos que no estuvieran cerradas las oficinas ni hubiera pasillos. Cuando están abiertos todos los palés se pierde la línea entre las oficinas, y entre el espacio público y el espacio privado: casi te metes a la oficina de alguien, sin querer, y eso genera un roce y una convivencia muy natural.

Pero para eso, las empresas tienen que ser afines, o al menos complementarias... ¿O no necesariamente?
G. G. No necesariamente, al contrario. El chiste es que haya más diversidad de personas para que den diferentes relaciones.
Sarah Aguilar. Hasta ahora son una productora, dos arquitectos, unas chicas que hacen diseño de imagen y moda y una consultoría de negocios. También quiere estar una amiga que tiene un negocio de cup cakes, así que estamos viendo si podemos instalar una estufa eléctrica, y parece que en principio no tendría que haber problema. A los chicos les preocupa el olor.

El olor o los permisos de la delegación...
S. A. Bueno, tenemos muchísimos extinguidores [risas]. Yo creo que esas cosas se irán dando sobre la marcha. Muchos de los adultos que nos visitaron en la inauguración quedaban un poco perplejos por cómo se trabajaría en esta dinámica, y decían “seguro hay mucho ruido”. Pero yo creo que también estamos demasiado acostumbrados a los vicios de las oficinas tradicionales, y en realidad, en cuanto vas explorando este espacio te das cuenta que hay muchos falsos mitos sobre qué necesitas para trabajar a gusto.

Pongamos que soy una incipiente empresaria que ofrece servicios editoriales, y quiero tener un cubículo. ¿Qué hago?
G. G. Si quieres un cubículo, todo está modulado, y buscamos darte lo que no te daría un Starbucks: impresora, copiadora y otros servicios básicos de oficina, como línea telefónica, que ya vienen incluidos en la renta.

¿Por qué precio?
G. G. Las estaciones individuales se rentan por día, por semana o por mes. Por día cuesta 100 pesos, puedes estar todo el día ahí e incluye café y agua. Por mes cuesta 1,500. Y a diferencia del Starbucks aquí tienes la posibilidad de estar conviviendo con gente que trabaja, no que está tomándose un café.

¿Y lo puedo usar como dirección corporativa?
G. G. Claro, como dirección fiscal.
            Después de la estación individual viene el primer espacio, que llamamos espacio inicial, que es el privado. Está compuesto de dos módulos y el precio es 4,900. Y a partir de ese –porque justamente cuando alguien está creciendo es muy difícil establecer qué espacios se necesitan–, pueden ir creciendo por módulo, o también, una vez ya ahí, pueden ir quitando un módulo, depende de cómo les vaya. En ese sentido estamos intentando ser lo más flexibles posible.

¿La bodega la rentan entre todos los que forman parte del proyecto? ¿Quién pone el capital?
Erik Lozano. Hasta ahorita somos tres socios capitalistas y estamos también ahí trabajando. Yo tengo ahí mi agencia de producción, Guateque, Guillermo tiene también su despacho, Tiliche, y el otro socio también tiene ahí su despacho. Pusimos el capital inicial y por ahora mensualmente, en lo que se llena de inquilinos.

¿Cómo se empieza una empresa, siendo tan jóvenes como ustedes y en un país donde hay cierta reticencia hacia las iniciativas privadas?
G. G. De hecho, así salió el nombre, como lo platicaste ahorita. Nosotros llevábamos año y medio en la azotea de un edificio de Polanco, y vimos que es muy difícil empezar. Los trámites en México y los gastos fijos son cosas que, cuando se está empezando, no se tiene idea de lo que pueden llegar a implicar. Y así salió el proyecto: está muy mal que no haya espacios para la gente que está saliendo y tiene más ganas de hacer cosas, y que al final el mundo corporativo los absorbe. Fue muy natural cómo surgió la idea.
E. L. Fue circunstancial, sí. Teníamos que buscar una oficina, nosotros para la agencia, Guillermo para el despacho, y fue bastante complicado; por fin la encontramos y en lo que nos organizábamos empezaron a salir proyectos y hubo mucha sinergia entre nosotros. Si nos caía un proyecto de alguna marca, nos ayudaba Guillermo, y viceversa, y vimos que funcionaba. Esta simbiosis fue lo que también nos llevó a esta idea: por una lado esto soluciona encontrar un espacio y por otro hay esta suerte de interacción entre diferentes disciplinas, que enriquece mucho cualquier tipo de proyecto que tengas. Además, sabiendo que México es uno de los países más difíciles para empezar tu propio negocio, ayudar a la gente con la burocracia; en un futuro queremos meter un departamento de recursos humanos chiquito, contabilidad, abogados, etc. Ahorrarte toda la administración y que puedas dedicarte plenamente a tu negocio.

¿Por qué creen que es tan difícil en México empezar tu propio negocio?
E. L. Yo creo que una parte importante son los trámites. No sé: para dar de alta una empresa necesitas pagarle a un abogado quince mil pesos, y no lo puede hacer nadie más, porque es tan complicado y tan enredado, que tardas varios días. En Estados Unidos puedes empezar una empresa vía internet y aquí…
G. G. Por un lado es eso y por otro, que nadie te conoce. Tienes gastos fijos, pero nadie te está contratando, porque si no tienes la ayuda de tu tío o tu papá, es muy difícil empezar. Lo que pasa en México, y en muchos lugares, y con todos los gobiernos, es que no se dan los espacios para vincularse. No es que no haya becas en México: es que la gente no sabe dónde pedirlas; no es que no haya oportunidades de trabajo: es que no saben dónde pedirlo.

¿Y cuál es tu papel, Sarah? ¿Enfocado en la promoción?
S. A. Sí, cuando pudieron invitarme a mí, hicimos eventos juntos y funcionó también muy bien. La idea es seguir con la estrategia de medios y en el mediano plazo, empezar a desarrollar un calendario de actividades con la delegación y participar de la regeneración de la zona [Marina Nacional] que es muy evidente: pronto se mueve cerca la Colección Jumex y ya hay parte del Museo Soumaya.
Y en este momento la bodega mide 350 metros cuadrados, pero hay un potencial: la manzana entera son como diez mil y cacho metros.
G. G. Sí, aquí entran dos puntos importantes. Todo el modelo de oficinas va acompañado de otra parte: en vez de ser pasillos, elevadores y lobbys, el espacio se convierte en salas de exposiciones, auditorios, lugares para hacer talleres. Junto con las oficinas, por ejemplo, estamos buscando que universidades hagan diplomados acá. Ahorita, en estos 350 metros, pero si vamos ampliando, se puede hacer un auditorio como para ochenta personas, luego uno más grande, el siguiente puede ser un gimnasio, y el siguiente un salón para hacer talleres de gastronomía o de jardinería. Y poco a poco, empezar a salirnos del complejo industrial: empezar a usar el parque de al lado, organizar en la cancha de futbol una pequeña liga… Las oficinas son las que sustentan el proyecto y son el negocio, pero por otro lado son la base de un modelo social que puede replicarse en diferentes puntos de la ciudad, para reactivar zonas parecidas.

¿Y han tenido alguna respuesta de la delegación o del gobierno de la ciudad?
S. A. Justo hoy le entregamos el proyecto a Demetrio Sodi, el delegado, y lo veremos en enero. Creo que le puede interesar. Ha habido una gran respuesta de la gente: no habíamos inaugurado y ya teníamos la primera bodega completa al 75%. Calculamos que en estos días se acabará de llenar, y vamos sobre la segunda. Yo creo que en el transcurso de los siguientes dos años, si todo macha bien, habremos tomado la manzana entera.

(Publicado originalmente en el blog "Otras voces" de la revista Letras Libres, el 4 de diciembre de 2009.)


viernes, 27 de noviembre de 2009

Antonio Vizcaíno, fotógrafo y conservacionista

"Ya no es tener conciencia: es el momento de la acción inmediata".

Antonio Vizcaíno (Guadalajara, 1952) dirige desde hace años la asociación América Natural, que busca concienciar sobre la destrucción del medioambiente a través de imágenes esplendorosas, tomadas desde Alaska a Tierra de Fuego. Hasta ahora, éstas llenan dos libros, Agua (2006) y Bosque, que se presenta el próximo 3 de diciembre en el Club de Industriales. Vizcaíno contagia su entusiasmo desde el mismo instante en que se define como “un explorador en busca de la belleza natural”.

Tus fotografías de tan brillantes y hermosas parecen casi irreales. ¿La belleza está en la naturaleza o en la lente?
En la naturaleza, que sobrepasa cualquier imagen que puedas producir a través de la cámara. Lo que sucede es que soy un obsesivo de la calidad y la técnica. Estudié en Nueva York en la mejor escuela, la ICP; tuve un maestro maravilloso, Gilles Larrain, y tuve otro mentor en México, Matías Goeritz. No utilizo cámara digital porque no me da la calidad de lo que busco: llevo veinticinco años experimentando con películas, con las que obtengo lo que quiero. Y cuando voy a fotografiar, primero voy a los sitios más conservados, que son los más hermosos, y segundo, espero el momento: si voy en una temporada y la luz no me gusta, regreso en otra estación, así sea el Amazonas o Chile. Tampoco tengo límites de tiempo: puedo esperar dos o tres semanas a que se dé la luz que yo quiero. Voy creando mis imágenes un poco en sueños, hasta que encuentro lo que estoy buscando. Luego, revelo en Nueva York en el mejor laboratorio, Duggal, e imprimo en la mejor imprenta del mundo, Toppan, que está en Tokio.

Explícame cómo se vive sin estar pendiente del tiempo.
Tienes que liberarte primero de ti mismo y del concepto de estar sujeto a un horario. Porque el tiempo planetario es otra cosa: lo rige el sol; es el día y la noche nada más, y todo es transformación y movimiento. En el año 2000 dejé absolutamente todo –amigos, familia– y me fui a viajar. Mi hija, que tenía doce años en ese momento, fue mi compañera de viaje e hizo la secundaria por internet. Ya no había nada más que el intercambio con la naturaleza, y cambié mi percepción absolutamente. Esto lo había aprendido antes de dedicarme a la naturaleza, cuando conviví durante tres años con los huicholes, cuya manera de relacionarse con la naturaleza también es intemporal.

¿Fotógrafo antes que conservacionista o viceversa?
Antes que nada, soy un ser humano, y después soy un amante absoluto de la belleza. De la femenina, muchísimo: la naturaleza para mí es femenina, aunque tengas esos arbolotes y esos volcanes. Ser fotógrafo simplemente es un pretexto. Me hice fotógrafo en India, donde trabajé como diplomático por tres años, en el 77, y viajé fotografiando todo el país menos un estado. La experiencia me encantó, porque me daba la libertad de poder viajar y a la vez vivir de algo. Al fotografiar la naturaleza, soy testigo de la destrucción –si yo fotografiara la destrucción no te imaginas los libros que podría producir, pero mi sensibilidad no puede, está con la belleza–, y me siento también como una especie en peligro de extinción, porque en unos años no voy a tener nada que fotografiar. Por eso soy conservacionista.

Pongamos que soy una escéptica del cambio climático, un término que se ha convertido casi en un lugar común. ¿Cómo me convences de lo contrario?
Primero, no me interesa convencerte. No te puede convencer nadie de algo tan intangible como eso. Si llega un huracán y destruye tu casa y te dicen que es el cambio climático, lo puedes creer o no. Lo que sí te puedo decir es qué veo: glaciares que fotografié hace ocho años que se han recorrido kilómetros hacia arriba de la montaña. He visto y he estado con científicos en estaciones biológicas del Amazonas, donde grandes extensiones están secas por la falta de humedad, producida por medio grado de diferencia. He visto áreas, como Ohio, que era un área fértil, ahora inundada, o Iowa, que era el granero de Estados Unidos, ahora en desertificación. La bahía de Hudson, en Canadá, donde la temperatura llegaba hasta 40º bajo cero en los inviernos, ahorita está llegando a veintitantos. Y hay otra cosa muy importante: olvidemos el cambio climático como concepto: en 1960 éramos tres mil millones de humanos; en el 2000 éramos seis mil millones; en cuarenta años se duplicó la población, creció la sociedad de consumo, y los recursos naturales eran los mismos. En el libro Bosque decimos que en el bosque se reúnen los reinos de la naturaleza para crear una comunidad autosustentable y sostenible a largo plazo; todos los organismos en él están interrelacionados, sin uno no existe el otro: sin la bacteria que está en la micorriza de las raíces no existe el árbol. Lo deberíamos aprender como seres humanos. Y con respecto al cambio climático, que nos sobrepasa como concepto, si entendemos que cada una de nuestras acciones, por pequeña que sea, va a influir en el todo, creo que podríamos transformar nuestra perspectiva.

¿Cuál crees que es el principal enemigo de la naturaleza en México?
Los hombres.

¿Y algo concreto que los hombres provoquen?
La deforestación, uno de los elementos más serios, porque los bosques son comunidades de vida, donde se encuentra la mayor diversidad, y además son cunas de agua y verdaderos controladores del clima. De todos los países de América, donde siento mucho más deterioro –lo ubican en el cuarto o quinto lugar a nivel mundial– es en México.

Siempre he pensado respecto a la conservación de la naturaleza que no tiene que ver con la riqueza o la pobreza, en este sentido: hay una destrucción producida por la avaricia o por el exceso de consumo, y otra producida precisamente por la escasez: como no se tiene nada, se devora todo lo circundante. ¿Qué opinas?
Tienes toda la razón, aunque quizá lo más grave se dé en el área de la riqueza, porque es donde existe un consumo mayor. En cuanto a las comunidades pequeñas, en África, por ejemplo, tenemos comunidades ya ecológicamente acabadas, al borde de la extinción. Pero por el lado de las clases consumistas es donde el impacto es más grande; ve los Estados Unidos: si quisiéramos tener el nivel de vida de su clase media en todo el planeta, necesitaríamos cuatro planetas más, como dice Wilson, un investigador de Harvard.

Volviendo a eso que dices de las comunidades pequeñas. Parece que se repite a lo largo de la historia de la humanidad: grupos que han acabado con las reservas de su hábitat. ¿No es el sino trágico y paradójico del hombre, su autodestrucción por la destrucción de la naturaleza, la que le proporciona el sustento?
Sí. Leí un libro que me impactó profundamente, un estudio del bosque a través de la literatura y el arte, desde el principio de la humanidad. Una de las tesis del autor era que posiblemente el hombre desde el inicio nunca estuvo verdaderamente integrado a la naturaleza. No puede haber civilizaciones sin bosques, y sin embargo, lo destruimos y acabamos con él. Ha existido siempre una lucha del ser humano por crear su propio hábitat, por aislarse, por vivir en el medio artificial creado por él.

También tiene que ver con que desde el principio de los tiempos se protegió de una naturaleza que no deja de ser hostil y llena de depredadores…
Sí, y por eso crea la técnica. Pero es una paradoja enorme. Ahora bien, el momento actual es grave, dicho por los expertos. Trabajamos con científicos al más alto nivel: nuestro asesor en América Natural es Mario Molina; para el libro Agua contamos con Jean-Michel Cousteau; con Peter Raven, el mayor experto en flora; en Bosque está Ghillean Prance, que fue director por veinticinco años de los Jardines Botánicos de Kew, en Inglaterra; Well Davis, el explorador número uno en National Geographic… Entre ellos hay una enorme preocupación por lo que está sucediendo. Mario Molina dice que si no se resuelven las cosas en los próximos años, dentro de 75 estaremos realmente ante el peligro de extinción. Dice, por ejemplo, que si no se reducen las emisiones de inmediato, puede haber un incremento en el clima de dos a seis grados en los siguientes 75 años, algo muy serio si tenemos en cuenta que la diferencia entre nuestra época y la última glaciación es de cinco grados y medio.
            Yo sí creo que nos hemos puesto contra la pared, y que en cuanto a conservación, estamos más allá de la conciencia. Ya no es tener conciencia: es el momento de la acción inmediata. A través de las imágenes, nosotros tenemos el gran deseo de que el espectador sea seducido por la naturaleza. Ya no desde el punto de vista pragmático, sino más allá: ver el paisaje como un territorio del espíritu.

(Publicado originalmente en el blog "Otras voces" de la revista Letras Libres, el 27 de noviembre de 2009.)



miércoles, 18 de noviembre de 2009

Erik Weihenmayer, alpinista ciego

“Cada montaña huele distinto”

Tiene nombre alemán, pero Erik Weihenmayer (Hightstown, New Jersey, 1968) es tan gringo como la mejor cara del sueño americano. Ciego a los trece años por una enfermedad degenerativa, su familia, especialmente su padre, Ed, lo animó a apuntarse a un grupo de entrenamiento alpinista para invidentes. En su época de estudiante, no le daban trabajo de lavaplatos en los restaurantes; más tarde, llegaría a la cima del Everest, se casaría en lo alto del Kilimanjaro y alcanzaría casi todos los picos de las Siete Cumbres. Vino a México de la mano de la asociación Ojos Que Sienten, para presentar su libro Tocar la cima del mundo y acompañar a otros ocho jóvenes ciegos o con problemas de visión en su ascenso al Iztaccíhuatl.

¿Qué siente un adolescente que ha visto y de pronto deja de ver?
[Lo piensa unos segundos antes de contestar.] Confusión. Miedo. Porque todo lo que conoces está llegando a su fin. Sientes casi que te estás muriendo: no tienes idea de qué serás capaz de hacer y qué clase de vida podrás vivir. Al principio reaccioné como la típica persona que experimenta una pérdida y lo niega. Me decía: “no estoy ciego, no quiero ser un ciego”. Luego sentí frustración y enfado. Y poco a poco, comencé a aceptarlo. Yo era muy testarudo; por ejemplo no usaba el bastón, o como aún veía ligeramente por un ojo, me convencía de que no estaba ciego. Empecé a aceptarlo cuando, caminando por un muelle, de pronto tropecé, di un salto en el aire y aterricé de espaldas en la cubierta de un barco. Finalmente me di cuenta: “ok, estoy ciego”. En la vida hay cosas que son más grandes y más poderosas que tú, cosas que puedes cambiar y cosas que no. No podía cambiar estar ciego, así que me pregunté: “¿qué sí puedo cambiar?” La manera en que vivo, cómo reacciono, mi entrenamiento… Así que me enfoqué en esas cosas.

Imagino que su padre, veterano de Vietnam, fue un gran acicate en su vida…
Mi papá siempre ha sido un gran compañero. No le interesaba que yo rompiera récords o que fuera el mejor escalador, sino que viviera una vida plena. Y quería estar ahí, asegurándose de que yo podía conseguirlo. El hecho de haber sido marine ya me parece aleccionador. Mi padre me transmitió una actitud entusiasta por la vida, a encarar los obstáculos y a superarlos con todo el empeño. Suerte que también yo tenía una fibra testaruda dentro. Mira, cuando era niño, hacía saltar mi bici entre dos rampas, separadas unos tres o cuatro metros, pero llegó un momento en que no podía verla, me estaba quedando ciego, y mi padre, en vez de decir “bueno, ya está bien de bicicleta”, pintó las rampas de color naranja fluorescente, de modo que pude verlas un buen rato más. Eso fue muy ingenioso –mi padre siempre fue muy ingenioso a la hora de ayudarme.

¿Qué sintió la primera vez que pisó la cumbre de una montaña?
¡Miedo! Pensé: ¿y ahora cómo bajo? Muy bien, llegué, estoy vivo, y ahora hay que bajar. Y es mucho más difícil bajar: el 90% de los accidentes ocurren en el descenso, cuando vas cansado. Cometes un error y caes rodando. En la cima del Monte McKinley, hay que caminar sobre una cresta muy estrecha, donde una caída a izquierda o a derecha es muerte segura. Estaba muy nervioso, también por mi equipo, porque íbamos atados a una misma cuerda: si yo caía, arrastraba a todos. Uno de los compañeros me dijo: “no te preocupes, lo vamos a conseguir”. Iba tan concentrado, cuidando cada uno de los pasos que daba, que cuando pregunté ¿cuándo llegamos al final de la cresta?, me contestaron: “ya la pasaste”. Había perdido la noción del tiempo y el espacio.

Una vez pregunté a un experimentado escalador qué se siente en la cima del Everest, y justamente me contestó “ganas de bajar”. Pero enseguida me dijo: “pero cuando estoy abajo, sólo quiero subir”. ¿Comparte ese sentimiento?
¡Claro! Escalar es un deporte retrospectivo: piensas en la cumbre mucho más tarde de alcanzarla.

¿Y qué piensa cuando llega ese momento?
Una semana o un mes después de haber culminado el Everest, simplemente lloraba y lloraba. No me podía creer lo que había hecho. Cuando estás ahí, estás tan concentrado, tan lejos de donde pertenecen los humanos, que sólo te sientes pequeño: si el clima quiere aplastarte lo hará, porque no eres nada, sólo un chispazo. Es una sensación de total humildad. Y es una sensación maravillosa, pero al mismo tiempo sabes que no vives ahí, es un lugar que sólo visitas.

¿Qué siente, qué huele allá arriba?
Cada montaña huele distinto. La cima del Iztaccíhuatl, que es un volcán, huele a azufre, a humo, a polvo. En el McKinley, que es pura nieve, hueles la superficie derritiéndose bajo el sol, y tu propia piel cociéndose. Y bueno, cuando estás en una montaña durante mucho tiempo, te hueles mucho a ti mismo [risas]. Además hueles el viento, frío y suave; eso es muy agradable. Y los sonidos de la montaña también impresionan mucho, como las avalanchas en el Everest: explotan y caen. Recuerdo una vez que estábamos descansando en un glaciar y de repente oímos un estruendo atrás: ¡hora de irse! Caminar sobre un glaciar mismo es igualmente impresionante, porque sientes el hielo vibrar y moverse bajo tus pies; es un sonido hermoso y aterrador a un tiempo.

¿Qué es lo que más necesita en la montaña un alpinista que no puede ver?
Se necesita una preparación que permita saber a la perfección qué hacer en determinadas circunstancias. Y en montañas grandes, yo definitivamente necesito un buen equipo de gente que sí pueda ver. Claro, que también he escalado montes yo solo, usando un GPS, y he escalado los Dolomitas, en Italia, con otro compañero ciego, sólo nosotros dos. Ir más allá de los límites y probar cosas nuevas es muy divertido: otra vez escalé con un compañero sin piernas y con otro parapléjico, a los que tuve que cargar a la espalda.

Sus logros son apabullantes, no sólo en la montaña y ayudando a jóvenes con los mismos problemas, sino a través de todos los deportes que practica (buceo, rafting…), y por sus palabras pareciera una especie de súper héroe que nunca cede al desánimo. ¿Qué pone triste al súper héroe?
El tiempo. Me preocupa que pueda faltarme. He tenido éxito en la montaña, pero también quiero tenerlo de otra manera, por ejemplo usando la tecnología. Manejar un i-Phone, navegar por internet, es un poco difícil siendo ciego; las barreras que eso supone hacen que sienta que me estanco, cuando quiero estar siempre aprendiendo. El caso es que no tengo tiempo; tengo una familia y dos hijos… Otra cosa que me preocupa es ser buen padre, no ser un padre ausente… Todo es un equilibrio difícil de llevar.

Ha sido también profesor. ¿Qué piensa de esos jóvenes que tienen todo y sin embargo se quejan todo el tiempo?
Enseñé a niños de diez y once años, pero también he trabajado con adolescentes, y sí, me entristece que se quejen. Pero sobre todo, que no entiendan que la vida es dura. Si no entienden eso, fracasarán; verán la vida pasar de lado, no formarán parte de nada grande, porque lo grande es difícil.

¿Echa de menos ver?
Sí. Echo de menos las caras, las expresiones, lo hermoso que son los rostros de la gente… Y los ojos. Es una gran desventaja, no poder leer los rostros, así que tengo que trabajar duro leyendo las voces. ¡Y los olores!


(Publicado originalmente en el blog "Otras voces" de la revista Letras Libres, el 18 de noviembre de 2009.)

lunes, 16 de noviembre de 2009

Marcel Granier, presidente de RCTV Internacional

"A Hugo Chávez le interesa generar más pobreza"

El 27 de mayo de 2007 Hugo Chávez sacó de la señal en abierto Radio Caracas Televisión al no renovarle la concesión. Desde entonces, la cadena ha estado tratando de recomponerse: sigue emitiendo, con el nombre de RCTV Internacional, por cable y satélite. Marcel Granier (1941) se mantiene al frente como presidente, y vino a México a hablar de la situación venezolana en la Fundación Friedrich Naumann.

¿Qué ha pasado con los 3,000 trabajadores de RCTV?
Hemos estado empeñados en mantener la mayor cantidad de puestos de trabajo posible. Con ellos pasó la misma tragedia de los 24,000 despedidos en la industria petrolera, sólo que los nuestros al menos sí pudieron cobrar sus prestaciones completas y buscar oportunidades en otras partes. En Venezuela viene ocurriendo un proceso de destrucción de empleo terrible. Al gobierno más bien pareciera interesarle, porque de esa manera van creando más clientes en sus programas de, así llamada, ayuda social.

¿Está insinuando que Hugo Chávez prefiere a sus ciudadanos desempleados?
Estoy insinuando, no: lo digo muy directamente, que a Hugo Chávez, obviamente, le interesa generar más pobreza, menos empleo productivo, menos oportunidades, de manera que los jóvenes más capacitados se vayan del país y que la gente se inscriba en los programas de asistencia social del gobierno. El número de gente dependiente del gobierno se ha duplicado en estos diez años.

¿Cuál es el estatus hoy de la libertad de expresión en Venezuela?
En mi opinión está destrozado. Libertad es la ausencia de temor en el ejercicio de nuestros derechos. En Venezuela ninguna persona puede ejercer ningún derecho, ni siquiera su derecho más elemental, a la vida, sin temor: todo el mundo, cuando sale a la calle en la mañana, sabe que puede ser objeto de un secuestro, de un homicidio, de un atraco…

Pero sí hay aún rincones donde ejercer la libertad de expresión…
Sí, RCTV Internacional es uno. Hay periódicos que mantienen una posición independiente, hay estaciones de radio… El gobierno acaba de cerrar 34 estaciones de radio para silenciar opiniones independientes y espacios plurales que existían en esas estaciones, pero todavía quedan espacios… El venezolano es por naturaleza muy amante de la libertad.

¿Por qué cree que la OEA es tan condescendiente con un Chávez que cierra 34 emisoras de radio o retira los poderes al alcalde electo de Caracas, mientras es tajante contra el golpe de Estado en Honduras? ¿Por qué ese doble rasero?
Mire, hay gente que insinúa que son razones económicas, que la OEA tiene un sistema de jubilación y remuneraciones muy atractivo que limita la independencia de sus funcionarios. Yo creo que es un poco más complicado que eso; creo que es una organización de gobiernos, no de pueblos, y pesan más unos gobiernos que otros, por distintas razones. Las razones de un país como Brasil son distintas de las razones de un país como México, y las razones de Brasil y México, que son países democráticos, son muy distintas a las razones de países como Venezuela y sus satélites.

En México parte de la opinión pública celebró la decisión de Hugo Chávez de no renovarle la concesión a RCTV, argumentando no sólo la falta de calidad de la televisora, sino que ustedes habían apoyado el golpe de abril de 2002 y que se tenían que atener a las consecuencias.
Mire, Radio Caracas Televisión no ha apoyado ningún golpe, y eso incluye los dos golpes de Estado que dio –uno que dirigió y otro en el que participó indirectamente– Hugo Chávez, en los que por cierto hubo muertos por los cuales nadie ha respondido todavía. Tampoco apoyó ninguno de los golpes de Estado que ocurrieron el 11 de abril, empezando por el que dio el propio Chávez cuando ordenó prohibir la manifestación con medios ilegítimos. Tampoco apoyó el golpe que dio su estado mayor, sus generales de más confianza, cuando lo sustituyeron y no siguieron el procedimiento que manda la Constitución. Y así podríamos hablar de los cinco golpes que hubo ese día; eso por un lado. Por otro lado, cuando un presidente de una república democrática piensa que un ciudadano o un grupo de ciudadanos han cometido un delito, su obligación es llevarlos a juicio, y en base a los principios elementales de toda democracia –el derecho a ser juzgado por los tribunales competentes, a la presunción de inocencia y al debido proceso–, desarrollar un procedimiento en el cual presenta, si acaso las tiene, las pruebas de que efectivamente participaron en un golpe de Estado. Chávez en esto tiene una manera de actuar muy canalla: lanza acusaciones irresponsables y después nunca le da a la persona la oportunidad de defenderse. Yo puedo decir de una manera muy cabal que Hugo Chávez es un golpista, responsable, además, de la muerte de centenares de venezolanos. Y que nunca ha respondido de eso porque logró un perdón presidencial y luego siempre ha eludido ese tema. Él no puede probar que ni una sola persona vinculada a RCTV jamás haya participado en un golpe de Estado. Si esa fue la razón, lo invito a que vaya a los tribunales y presente sus pruebas.

***

“El chavismo es un movimiento de fracasados”

Venezuela no es Cuba, no es Irán, no es China, ni ninguno de sus satélites en Latinoamérica. ¿Qué busca Chávez? ¿Cómo lo calificaría?
Creo que él tiene dos facetas. Una es la vocación histriónica, su deseo de figurar, de escandalizar, de llamar la atención, y la otra es su megalomanía, y de ahí su admiración irrestricta hacia Fidel Castro. El sueño de Chávez es mantenerse en el poder cincuenta años, como ha podido hacerlo Fidel Castro, al que por eso considera “su padre”. De hecho, Fidel Castro ha sido muy hábil en sacarle dinero a Chávez a cambio de ese apoyo paternal que él le da. Fíjese cómo será el drama de Cuba, que la asistencia de Venezuela a Cuba es de varios miles de millones de dólares al año y sin embargo Cuba no puede mantener el sistema. Eso es lo que Chávez no le cuenta a los venezolanos. Le interesa acallar cualquier opinión diferente y evadir todo tipo de debate, porque él sabe que el modelo cubano no resiste ninguna prueba.

¿Qué pasaría si Venezuela no tuviera petróleo?
Probablemente tendría democracia, porque los venezolanos se darían cuenta de la importancia de tener un gobierno para todos, de buscar soluciones consensuadas, de no dividir a la población entre los que están a favor y los que están en contra, excluyendo a estos últimos. Se ha escrito mucho sobre las bondades y las maldades del petróleo. Lamentablemente, si uno ve la historia de Venezuela, está íntimamente relacionada con el petróleo. Mientras que Venezuela no tuvo petróleo fue un país paupérrimo, como consecuencia de la división interna que se generó después de las guerras de independencia. Sin embargo, hemos visto que de cada alza significativa de los precios del petróleo, Venezuela siempre sale más endeudada y con menos empleo que antes: en la crisis del Canal de Suez, con la guerra del Yom Kipur, con la de Irán-Iraq, con la del Golfo… En todos esos momentos hay una apariencia de bonanza y de dinero a cortísimo plazo que al año siguiente se traduce en más deuda externa, menos empleo productivo y más inflación. También debemos entender que gracias al petróleo Venezuela pudo desarrollarse… Los venezolanos tenemos una sensación ambivalente con respecto al petróleo; a él le debemos la creación de una clase media pujante, que es la que ha resistido frente al afán totalitario de Chávez, pero también le debemos que el Estado sea visto como un botín que justifica que los militares traicionen con demasiada frecuencia sus responsabilidades constitucionales.

¿Cuáles son los problemas de la oposición, que no logra ser del todo efectiva contra Chávez?
No hay un entendimiento cabal de cuál es el problema de Venezuela, de que para salir de este embrollo autoritario se requiere la voluntad concertada de toda la gente de pensamiento democrático. Tampoco hay conciencia clara de que los mecanismos electorales están trucados, de que el poder electoral no es independiente, ni profesional, ni honesto. Por ejemplo, todavía no hemos recibido los resultados definitivos de las elecciones de 2007, que fueron muy importantes. Descaradamente el presidente dispone quiénes van a ser los rectores electorales, y no hay ningún espacio para la oposición. La oposición tiene que entender eso: que está luchando con unas reglas muy desiguales. Es como si en un campo de fútbol la portería de un equipo tiene un metro de alto por un metro de ancho y la portería del otro equipo tiene diez metros de ancho y veinte metros de alto; y además de eso, el árbitro tiene el uniforme del equipo contrario y el campo está inclinado a su favor.

¿Y no ha sido la oposición culpable de ello, sobre todo en ciertos momentos clave?
Claro, todos somos culpables. Chávez no llega ahí por azar: todos los venezolanos tenemos algo de culpa. Los venezolanos debimos haber entendido que la libertad no es algo que se nos dio por ser venezolanos o porque tenemos el mejor clima del Caribe. La libertad es algo que hay que conquistar cada día, algo permanentemente amenazado.
            Otro factor del que también somos responsables todos es la inconciencia del cambio de condiciones que ocurrió en Venezuela a partir de principios del siglo XX, una vez que comienza la explotación petrolera. Ahí comienza un periodo de crecimiento que dura más de cincuenta años, que coincide con uno de los movimientos de urbanización más dramáticos de la historia mundial. Un país mayoritariamente rural, en cuestión de treinta años se convierte en un país mayoritariamente urbano. Eso también trae un trauma: toda esa gente que viene del campo a la ciudad pasa de una sociedad agropecuaria dependiente del café y del cacao a una sociedad totalmente distinta, dependiente del petróleo, de la industria y los servicios. A eso súmele además que entre 1945 y 1958, mientras está ocurriendo ese crecimiento espectacular y ese proceso de urbanización, están llegando a Venezuela un número de inmigrantes que representa más del 15% de la población en ese momento. Hay que asimilar la gente que viene del campo y a toda esa gente que viene de Europa, y además, administrar todo ese crecimiento. Durante cincuenta años, Venezuela lo hace exitosamente, creando una clase media y una clase trabajadora importantes, que son los baluartes que hoy en día han impedido que Venezuela caiga en el totalitarismo más absoluto. Ahora, esos cincuenta años fueron seguidos por veinticinco años de estancamiento económico, en los cuales se duplica la población, con una inmigración que ya no es la inmigración formada en Europa, sino la gente que viene huyendo de la pobreza y de la violencia en los países andinos y del Caribe, con estancamiento total. Entonces, ocurre que hay una parte importante del país que ha estado acostumbrada durante cincuenta años a crecer, a mejorar, a educarse, a tener cada vez mejores servicios, y otra parte que no ve los resultados por ningún lado: los hospitales cada día más saturados, los cupos en las universidades y en los institutos de educación reduciéndose, su condición de vida deteriorándose… Venezuela vivió cincuenta años sin inflación y sin devaluación; en estos veinticinco años no solamente hay estancamiento económico: hay inflación, siempre alta como tenemos actualmente –que es la más alta de América Latina–, y hay además devaluación. (Cuando Chávez llega al poder, el tipo de cambio, muy devaluado, estaba a cuatrocientos cincuenta bolívares por dólar; hoy está entre los seis mil y los siete mil bolívares por dólar.) Eso fue produciendo un deterioro muy grande, y yo creo que no vimos el peligro que eso representaba.

¿Dónde está su autocrítica personal? ¿Se arrepiente de algo que haya hecho o no al frente de la cadena cuando aún estaba al aire?
Si uno se pone a ver hacia atrás, tiene que hacer balance amplio. Desde el punto de vista personal me siento satisfecho. En cuanto a la cadena, desde que Chávez intenta los golpes de Estado en el 92 yo creo que estuve muy claro en la calaña de gente que estaba ingresando a la política en ese momento; la forma sanguinaria en la que esos golpistas actuaron, tanto en febrero como en noviembre del 92, nos daban señales muy claras de que estábamos enfrentando a psicópatas. El presidente Chávez en su primera alocución en el Palacio de Miraflores, en cadena nacional de radio y televisión, me hizo una amenaza muy clara, señalándome que debía adquirir un vehículo blindado. Esas amenazas se vinieron repitiendo por distintas vías, de manera que yo sí estaba muy consciente de lo que teníamos enfrente. Por eso ofrecí mi cargo desde el principio; la permanencia en mi cargo se la debo a los accionistas, a los gerentes y a los trabajadores. Todos ellos, al igual que nuestros clientes y nuestros proveedores, siempre fueron bien informados de la situación que estábamos viviendo. Más bien lo que sentí fue una responsabilidad adicional: una dictadura del tipo de la que Chávez quiere imponer requiere resistencia. No puede haber posiciones acomodaticias, porque terminaríamos como Cuba. Yo creo que afortunadamente mucha gente se da cuenta de ese peligro. Yo creo que Venezuela logró desarrollar un sistema democrático a partir del año 58 porque acabó con el sectarismo que había imperado en la política y estableció un sistema de pesos y contrapesos, de separación de poderes, de convivencia civilizada, de tolerancia, de elecciones limpias, de alternancia en el poder, que es con lo que estos militares golpistas quieren acabar, y de hecho están acabando. De ahí su empeño en reformar las Constituciones para establecer regímenes vitalicios; primero, engañando a la gente con un solo periodo de reelección y después, transformándolo en un sistema de reelección perpetua; van apoderándose del poder judicial, del poder legislativo, del poder electoral, y los van poniendo a su servicio, lo mismo que está ocurriendo con las fuerzas armadas. En la vida todos tenemos muchas cosas de las que arrepentirnos, pero si hago el balance, no me arrepiento de la actitud que hemos tenido: ha sido la correcta.

¿Es optimista con respecto al futuro de Venezuela, como Mario Vargas Llosa, que centra su esperanza en los estudiantes y en los intelectuales, quienes, según escribía hace poco y a diferencia de Cuba o China o Rusia, nunca le dieron empaque al “movimiento bolivariano”?
Bueno, la mejor demostración de que la llamada “revolución bolivariana” no es más que un régimen militarista totalitario es que el chavismo no tiene a su lado las fuerzas que tradicionalmente han acompañado a las revoluciones: ningún intelectual de peso, ningún artista de peso… Los estudiantes, la parte tradicionalmente rebelde de la sociedad, no creen en el modelo de Chávez. Lo mismo está ocurriendo con los trabajadores, los sindicatos y los empresarios. El chavismo es un movimiento de fracasados. En ¡Tierra, tierra! Sándor Márai cuenta una conversación de familia donde increpa a un primo y le dice que no entiende por qué es comunista, y el primo dice que es que él no tiene cabida en la sociedad, que no tiene ningún papel que desempeñar, y por eso no le queda sino ser comunista. Eso es lo que es el chavismo: una gran aglomeración de gente con mucho resentimiento –algunos probablemente tendrán su explicación: todo en la vida la tiene–, y de militares codiciosos. El caso de Venezuela es trágico, además, porque el botín es tan grande que hay mucha gente que se hace de la vista gorda y se vuelve cómplice. De manera que vemos cómo grupos de delincuentes, de traficantes de armas, de traficantes de droga, se han metido en Venezuela y tienen muchísimo poder. Lo señalo porque creo que Vargas Llosa tiene razón en ser optimista con respecto al futuro de Venezuela: porque la juventud no cree en esto. Pasará esta generación de militares golpistas y ladrones, y eventualmente Venezuela recuperará el camino democrático. Ahora, va a ser mucho más difícil, porque la fuga de cerebros que ha ocurrido en Venezuela es pavorosa, y probablemente vamos a tener problemas en ese sentido.

Ya sabrá el chiste de los cubanos que quieren ir a Venezuela para ver cómo empezó la cosa…
Eso también me hace ser muy optimista con respecto a Venezuela: si en Cuba, cincuenta años no han logrado cambiar en la mayoría de los cubanos su espíritu alegre, su capacidad de entendimiento y de respeto al otro, y se les ocurre muchas cosas para obtener dinero y llevarlo a sus familiares en la isla, eso demuestra que el ansia de libertad en los seres humanos es muy poderosa, que es la fuerza del futuro.

¿Cómo lleva seguir viviendo en Caracas?
¿Qué le diría? A mi edad a nadie le dan trabajo, así que tengo que cuidar el que tengo. Cuando a uno el presidente de la República lo amenaza de muerte, y manda a sus grupos paramilitares a que lo amenacen de una manera muy directa –o sea, a través de una entrevista en el diario El País de España o en la revista Quinto Día de Venezuela–, y cada día uno ve que sigue con vida y trabajando tanto, siente una gran satisfacción. En el fondo, le agradezco a Chávez eso.


(Publicado originalmente en el blog "Otras voces" de la revista Letras Libres, el 16 y el 17 de noviembre de 2009.)